domingo, 25 de septiembre de 2016

PIRATA

(Imagen de la red)


Cual bucanera, corsaria o filibustera, sin pata de palo o parche en el ojo robaré esta, como tantas otras, noches en tu alma a mi antojo.

Tu cama será el pecio, el azul de tus pupilas ancho mar por el que navegar. Arrasaré tus labios, embriagándome en besos de ron.
Asaltaré tu cuerpo de proa a popa y de babor a estribor, marcando como mío cada rincón del navío.  
Los lunares de tu espalda en mis yemas llevaré, los gemidos de tu garganta  como dorados doblones en cofres guardaré, en mi lengua la pasión y, mi mayor tesoro poseer tu corazón.

Una guerra encarnizada que ninguno perderá, dos tibias y calavera en tu mástil ondeará mientras vas saqueando mi cuerpo desnudo perlado de sudor,  vistiéndolo con tus manos, cubriéndolo con tu boca, que ardan las sábanas, hasta rendir la fortaleza dejando de ser uno para volver a ser dos.

Si envidia y castidad me juzgan y de muerte es la sentencia, que su voluntad sea cumplida, con orgullo caminaré por el tablón con la cabeza erguida. Que me engulla el añil que en tus iris destella, con gusto me ahogaré hasta yacer en el abismo de tus estrellas.
 Desde el fondo de tu océano, espérame no desesperes, como corsaria volveré al grito de ¡Al abordaje! pues:

Es tu cama mi tesoro,
 Tu cuerpo mi libertad,
Mi ley tus besos y tus brazos,
Mi única patria tu amor.


© María Dolores Moreno Herrera.

domingo, 18 de septiembre de 2016

DESTINADOS

(Imagen de la red)


Como esos seres que nacen unidos por el meñique por un invisible hilo rojo que los unen en un amor eterno, así nacieron ellos, solo que en vez de esa hebra rojiza eran grilletes los que atenazaban sus tobillos y una infinita cadena los que los unían eternamente.

Daba igual el rumbo que tomaran, por distintas las direcciones que guiaran sus pasos, estaban condenados a encontrarse una y otra vez en el centro de aquella invisible rosa de los vientos que componía su mundo.

Se miraban sin verse.
Se hablaban sin oírse.
Se sentían sin tocarse.
Se olían kilómetros antes de llegar a encontrarse.
Paladeaban el sabor a sal del otro sin probarse.
Sus cuerpos vibraban por el deseo y el odio a partes iguales.
Estaban destinados a vivir tan juntos y tan alejados que el universo les asfixiaba, robándole el aire cada día un poco más.

Y allí una vez frente a frente, librando una maldita batalla en una guerra de antemano amañada, en la que ambos perdían, luchaban a muerte hasta yacer sangrantes. Solo una vez caídos moribundos se arrastraban para entrelazar los dedos en un único gesto de amor, antes de dar la estocada final.  Mientras él la mataba con el acero de sus palabras. Ella lo apuñalaba con la traición de sus silencios.



© María Dolores Moreno Herrera. 

domingo, 11 de septiembre de 2016

EL LIBRO MÁS BONITO DEL MUNDO

(Imagen de la red)


Entré en aquel lugar como entro a cualquier otra librería, por el simple placer de verme rodeada de libros, por el olor…, pero tan pronto puse los pies y la puerta se cerró tras de mí algo extraño me invadió.

Ciertamente había miles de ellos, pero no pude percibir ese aroma tan particular a papel o tinta, a cuero y lo más sobrecogedor era el silencio. Siempre puedo escuchar el susurro de algún ejemplar llamándome, porque por raro que parezca son los libros los que me eligen a mí, nunca yo a ellos. A pesar de mi incomodidad paseé por entre las estanterías repletas y mudas hasta que una vocecilla hizo que me girara sobre mis talones.

Frente a mi una señora de aspecto extraño, me pareció un duende salido de un cuento, me sonreía. Me hizo una señal con la mano para que la siguiera, cosa que, asombrosamente pues soy desconfiada a más no poder,  hice sin dudar.
Me condujo a una habitación enorme de paredes pintadas en un tono verde clarísimo y con un gran ventanal por donde se filtraba la luz del sol, la estancia estaba vacía excepto por un pequeño armario de caoba. Abrió las puertas tomó algo y se dirigió hasta donde me encontraba.

—Toma, puedes echarle un vistazo —me indicó con un susurro como si fuera un secreto y estuviésemos rodeadas de gente—, tienes una hora.

Miré lo que me mostraba; y que,  como un tesoro me tendía para que yo lo tomara.

— ¿Qué es esto? —pregunté agarrando con cuidado el paquete.
—Es el libro más bonito del mundo —respondió mostrando unos dientes blanquísimos dirigiéndose a la puerta, antes de salir me recordó. — ¡Una hora!

Miré en derredor buscando donde sentarme, al no encontrar nada me senté en el suelo. Me  entretuve un instante viendo las motas de polvo juguetear entre los rayos, suspiré y fijé la vista en el bulto que descansaba entre mis piernas cruzadas. Solté el lazo y quité el papel de estraza.
Ante mis ojos apareció una especie de desgarbado cuaderno, las tapas, de cuero marrón, estaban en mal estado;  con páginas que sobresalían unas de otras e incluso sueltas.  No había titulo ni en la portada, ni en el lomo. Suspiré desilusionada.

Abrí con cuidado y cual fue mi sorpresa, ante mí apareció una pareja paseando agarrados de la mano, en la siguiente hoja un bebé lloraba en una cuna plateada ante los ojos amorosos de sus padres…, fui pasando las crujientes páginas ansiosa…, dos niños haciendo travesuras, luego tres tramando como romper un horrible vestido rosa con un enorme lazo rosa para que pareciera un accidente…

Más tarde secretos de adolescente, folios teñidos de añil al descubrir que el príncipe azul desteñía, corazones con iniciales, letras picudas, borrones y renglones torcidos por los dioses.
Otros amarillentos de olvido, algunos con manchas de sal unas de alegría, otras de tristeza, miradas cómplices, besos robados, una rosa roja guardada entre poemas, cartas guardadas atadas con una cinta roja, el olor del primer amor, los nervios de la primera vez,  sábanas revueltas de pasión.
Encontré hojas rasgadas, pegadas con papel celo, unas cicatrizadas otras,
(Imagen de la red)
jamás dejarían de manar tinta roja. Eran las puñaladas de la vida.
Aroma a Tierra pegado en la piel que siempre permanecerá indeleble pasé lo que pase. Folios sueltos impregnados de indeferencia hacia quien no merece ni un misero sentimiento pero que formaban parte de aquel  volumen que iba cobrando sentido ante mis ojos.
Viajes inolvidables, locuras de amigas en la Puerta del Sol. Magia, dolor, risas, mentiras y verdades, muertes y nacimientos, llanto, alegría…caer y levantarse, rasparse las rodillas, vivir. Pero siempre encontraba el amor de quien verdaderamente me quería escondido a la vista para que pudiera vislumbrarlo.

Sentía las lágrimas fluir sobre mis mejillas comprendiendo lo que tenía entre las manos, cuando se abrió la puerta y aquella dama regresó.

—Se acabó el tiempo —indicó arrebatándome el libro— ¿te pareció hermoso?

Asentí incapaz de decir nada, sintiendo un gran vacío como si me hubiesen arrebatado parte de mí.

—¿Pero?

—Hay muchas hojas en blanco —musité tristemente al fin— y está tan mal conservado.

—Todo a su debido tiempo muchacha —rió envolviendo de nuevo aquel ejemplar—, ahora debes marcharte.

Guardó el libro en el armario y salimos de aquella cámara, cruzamos por entre los estantes repletos y mudos hasta la puerta. Antes de salir aprisionó mis manos entre sus palmas frías.

—Cuando exhales tu último aliento y  se acabe el libro tendrá una cubierta bonita, tú nombre en letras doradas y descansará en alguno de esos —paseó la vista por los estantes— pero recuerda, eres la protagonista de tu vida. Solo tú decides si tomas la pluma y escribes la historia que quieres vivir o dejas que otros narren lo que te hubiese gustado hacer.

Me soltó, abrió y me marché. Anduve medio grogui  un buen rato, aquello debió ser una alucinación. Volví sobre mis pasos hasta la librería. Allí no había nada, un muro de piedra vieja y enmohecida por los años. Parpadeé, me froté los ojos. Me estaba volviendo loca.

Llegué a casa, una carta me esperaba sobre el escritorio, no había remitente. La rasgué, una única frase con letra rimbombante, antigua como escrita por un duende rezaba:

“No permitas que nadie escriba tú historia por ti”.


(Imagen de la red)
Me tumbé sobre la cama y sonreí. Sí, definitivamente era hora de hacer algunos cambios, de recomenzar a vivir. Aún me quedaban muchas páginas por rellenar en el libro más bonito del mundo. 




©María Dolores Moreno Herrera.

sábado, 3 de septiembre de 2016

893

(Imagen de la red)


El salón de los Matsushita en Hawai estaba en penumbra. Eiji miraba la foto de una niña sonriente.

Por su cabeza desfilaban los recuerdos. Un muchacho con tantas ansias de medrar en la vida que,  pasó las pruebas de iniciación tan brillantemente que Akihiro Tsukino, se fijó en él de forma inmediata. No dudó en jurarle disciplina, coraje y lealtad. Tatuó su cuerpo como señal de respeto y orgullo.  Por honor, cuando ebrio de sake en aquella taberna  de Kobe se fue de la lengua, cortó él mismo su dedo meñique y envuelto en un paño de seda blanca se lo entregó. Lejos de expulsarle esta muestra de valor, le otorgó la confianza de Tsukino, que sabiéndole enamorado,  le concedió la mano de su hija Sakura, convirtiéndose en miembro de la familia.

Aprendió rápido y bien, extorsión, contrabando... De su relación nacieron Ichiro y la dulce Hikari.

Como otros grupos, su suegro decidió expandir el negocio a los EE.UU. Pisó suelo americano llevando consigo una lista de policias, politicos corruptos, y el nombre de miembros del hampa con los que negociaban.  Su cometido no era distinto al que realizaba en Japón, delitos de guante blanco, bajo la tapadera de una empresa hotelera que operaba en todo el país, que serviría para el blanqueo de capital.

Pronto el gran hombre de negocios fue conocido en todo el territorio acaparando portadas con su bella y carismática esposa, en fiestas benéficas y actos culturales. Ichiro estudiaba en Harvard, su hija pronto acabaría el instituto. Formaban parte de aquella sociedad como una familia más. Eran felices.

Todo iba a las mil maravillas hasta que el jefazo decidió ir más allá y meterse en el negocio de la droga. No le bastaba con los casinos, la trata,  la prostitución…
 Sabía que no era buena idea, se lo hizo saber a su mujer, con la que no tenía secretos,  quien estuvo de acuerdo e intercedió en hablar con su padre;  pero se negó,  su palabra pesaba más que su propia vida.

La pastillita con un dragón en relieve, un potente y adictivo alucinógeno hizo furor. Crearon su propia red de distribución saltándose algunas reglas.

Lejos de los principios por los que se regían,  a quien cabrearon no tenía ninguno. Su ira se cebó en Hikari. La secuestraron, golpeada y violada la tiraron frente a la casa como advertencia. La joven no soportó la vergüenza, esa noche la encontraron muerta en la bañera.

  Eiji murió con Hikari. No así Sakura, aunque para el clan, la mujer era sumisa y débil, en su interior habitaba el espíritu de los samuráis. La muerte de su hija no quedaría impune.

Dos semanas después del funeral, subió a su habitación, se vistió adecuadamente y salió amparada por la oscuridad. Caminó como un felino hasta el parque, oculta tras un árbol observo al muchacho, parecía un buen chico Pedro Ramírez, una pena.

Salió de su escondite, sujetando la katana con firmeza. El joven se puso en pie al ver la figura de negro que apareció de la nada, no tuvo tiempo de reaccionar un silbido cortó el aire al tiempo que su cabeza rodaba por el suelo alejándose del cuerpo que caía desplomado sobre el banco. Un tajo limpio. Sacó tres extraños naipes de su traje y los depositó sobre el cuerpo.

Carlos Ramírez, estallaría por los aires esa noche, antes sabría lo que es perder un hijo. Más tarde el fallecimiento de Tsukino. Que indigno para él morir envenenado mediante paquete postal.
Sonrió caminando hacia casa. Eiji era el rostro pero, era ella el corazón de la yakuza.


© María Dolores Moreno Herrera.